Las etiquetas
Las pesonas tenemos tendencia a etiquetar todo, ésto nos da seguridad y sensación de control sobre las cosas. Está muy bien etiquetar el azúcar y la sal por razones obvias o etiquetar las carpetas para saber a qué documentos corresponden. Algo muy distinto es cuando etiquetamos a las personas. Ya nos etiquetan desde muy pequeños nuestros padres que nos dicen que éramos bebés muy movidos o muy llorones o niños muy vergonzosos, o muy traviesos… Esas etiquetas que empiezan casi desde que nacemos ya nos acompañan a muchos durante toda la vida porque interiorizamos que es nuestra definición. Aquí está el peligro. Las personas estamos en una evolución constante y no es raro escuchar a un amigo que conoces, ya de mayor, decirte que de pequeño era muy tímido y tú casi ni te lo crees porque ahora es la alegría de la fiesta.
Y ya ni hablar de las etiquetas de las enfermedades mentales. Es fácil etiquetar a alguien y pasar por alto lo que es realmente por dentro. Cuando las enfermedades mentales son utilizadas para etiquetar a alguien como deprimido, esquizofrénico, maniático o hiperactivo estas etiquetas hieren. Usar etiquetas negativas marca y avergüenza es lo que se llama estigma. Esto hace que las personas que tengan que acudir a profesionales lo oculten e incluso, lo que es peor, aun necesitando los servicios de un profesional no acudan por no parecer «locos».
Esta reflexión nace para que no utilicemos las etiquetas gratuitamente con las personas porque nos podemos equivocar y podemos herir la sensibilidad de quien es etiquetado. Las etiquetas no son para siempre ni tiene razón siempre ni hay que utilizarlas siempre.
Hace muy poco me pregunto una vecina ¿Y tú que eres? ¿eres empresaria? ¿eres psicóloga? ¿eres escritora? ¿eres pintora? a lo que le contesté yo soy YO 🙂