Mujeres en la ventana «Días de luz»

On 5 de julio de 2013 by femeniname
Autómata, 1927.  Edward Hopper

Autómata, 1927. Edward Hopper

DÍAS DE LUZ

En ocasiones somos dueños de nuestro destino. No imaginamos que algunos inocentes movimientos puedan ser decisivos en los pasos que nos acompañarán el resto de nuestros días. Un leve beso, una sonrisa amable y una grata conversación provocaron que caminásemos juntos.

La fiesta era espléndida. Decidimos celebrarla en la mañana, cuando el sol más brillaba, cuando nuestros ánimos están arriba y el día está por descubrir. Todos vinieron a nuestro encuentro. Sophía y Albert se unen. Van a casarse por fin. Después de tantos años de noviazgo. Después de una vida juntos. Todos sonreían. Música. Manjares. Y una fecha de celebración.

Nuestra fiesta de compromiso. Anunciando la boda. Todos expectantes, con la copa en la mano esperando un brindis de años.

Y sí. Albert y yo éramos la pareja ideal. Nuestros padres habían anunciado la unión  hacía una eternidad. Yo creí en ella. No existía más hombre que Albert. Tan caballero. Con su camisa plisada, con su olor reciente de agua de colonia, con su pulcro sombrero y sus palabras  refinadas. Mis días eran suyos. No existía más universo.

Y llegó él. Con su semblante de chico malo. Su camisa arrugada. Su barba de días y su olor a humano que me enloquecía. Besó mi mano finamente, sin apenas rozar mi piel. Un beso al aire que mi corazón guardó. Soy un amigo lejano de la familia – dijo. Y mis pensamientos se reunieron ahondando en sus orígenes. Es Marcos, pariente lejano de tu tío Alex, me dijeron. Y yo solo escuchaba sus pasos recorriendo la sala saturada de gente, suculentos platos y música. Me zarandeaban, y entre abrazos, sonrisas y bailes, llegué a él. Una melodía acompañó sus manos rodeando mi cintura. Me estremecí y evité mirarle. Comencé a sofocarme. A sentir que todos nos observaban. Mucho calor, respiración agitada y un deseo irreprimible de besarle. Unas afectuosas palabras envueltas en un deseo que jamás había sentido ni imaginado. Me regañé y supliqué que la pieza terminara. Una cordial despedida y vuelta a mi compromiso. Volveré a por ti – me dijo susurrando en mi piel.

Y volvimos a hacerlo. Encuentros clandestinos donde mis deseos más recónditos me delataron. Días que fueron inmortales en los que me abrasaba con sus abrazos y besos. Días en los que no veía el momento de marcharme de su lado. Días en los que comprendí que él no podía ser mi vida.

Y hoy estoy aquí. Esperando a que mi café se enfríe. Sin querer apartar la mirada de la taza, sabiendo que en minutos, Albert llegará y mis ojos le dirán que nuestros días de luz se terminaron.

                               Marisa Garrido

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