Qué piensa la mujer de «Sol de la mañana» de Hopper

On 12 de agosto de 2012 by femeniname

hopper_femeniname

Como comentamos en el anterior post de femeniname, en el Museo Thyssen proponen descubrir qué podría pensar la mujer del cuadro de Hopper «Sol de la mañana» que pintó en 1952 y comentarlo en twitter. Propongo uno de sus posibles pensamientos, encorsetado en los 140 máximos caracteres de twitter:

Domingo, qué calor. Iré al café con Evelyn y charlaremos de la fábrica. Ya me levanto. Qué bien huele…

Si quieres concursar, haz una foto de la recreación de la obra Sol de la mañana de Hopper, imagina qué está pensando la mujer del cuadro, twitea tu foto y tu respuesta a hashtag #HopperThyssen. Los 10 mejores tweets se llevarán un catálogo de la exposición de Hopper.

Por cierto, Femeníname ya está en Twitter!!!!! @femeniname

Y pensando estos días sobre el sol de la mañana, siempre me viene a la memoria la bonita canción de Marianne Faithfull: The Ballad of Lucy Jordan que también recordaréis de la película de Thelma & Louise.


LA BALADA DE LUCY JORDAN

El sol de la mañana acariciaba suavemente los ojos de Lucy Jordan
en su blanco dormitorio suburbano de su blanca ciudad dormitorio.
Mientras yacía allí, bajo las mantas, soñando con mil amantes
cuando el mundo se volvió naranja y el cuarto se puso a dar vueltas.

Al cumplir los treinta y siete se dio cuenta de que nunca
atravesaría París en un deportivo con el cálido viento acariciándole el pelo
Así que dejó el teléfono sonar mientras se quedó sentada en el sillón
de su padre, cantando en voz baja viejas nanas que recordaba.

Su marido había salido a trabajar y los niños habían ido al colegio
y tenía ella tantas formas de pasar el día…
Podía limpiar la casa horas y horas o arreglar las flores una y otra vez,
o correr desnuda por la calle gritando sin parar.

Al cumplir los treinta y siete se dio cuenta de que nunca
atravesaría París en un deportivo con el cálido viento acariciándole el pelo
Así que dejó el teléfono sonar mientras se quedó sentada en el sillón
de su padre, cantando en voz baja viejas nanas que recordaba.

El sol de la tarde acariciaba dulcemente los ojos de Lucy Jordan
en el tejado al que se subió cuando su risa se hizo demasiado estridente,
y ella saludaba haciendo reverencias al hombre que llegó y le ofreció su mano
para conducirla al largo coche blanco que esperaba tras la multitud.

Al cumplir los treinta y siete supo que había encontrado la eternidad
mientras atravesaba París con el cálido viento acariciándole el pelo…

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